No existe ninguna fortaleza terrenal o espiritual que pueda detener el crecimiento de la iglesia. El mismo Señor Jesucristo profetizó que ni las fuerzas del mal podrían destruirla. Yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella (Mateo 16:18).
La primera razón del porqué ninguna fuerza en el mundo es capaz de destruir la iglesia es porque Cristo la estableció sobre la base de su persona, presencia y poder. La iglesia está fundada en Jesucristo y tiene capacidad de crecer y multiplicarse. Nuestro Salvador aseguró que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Esto significa que la iglesia es más fuerte y que nunca podrá ser destruida puesto que está construida sobre la roca que es Cristo. La segunda razón es el poder del evangelio (Romanos 1:16, 17).
El mensaje predicado por los siervos de Dios, pastores y ministros, así como los creyentes de cada iglesia local, conduce a la reconciliación entre el hombre y Dios. Es un evangelio que alumbra el entendimiento de las personas para que vengan al camino de la salvación; las buenas noticias que imparten bendición, vida nueva y eternidad gloriosa. El evangelio es tan poderoso que destruye las fortalezas de la maldad.
Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo (2 Corintios 10:4, 5).
La iglesia que evangeliza crece, la congregación que intercede y busca al Señor en oración vive milagros, la asamblea de creyentes que es discipulada se fortalece en el conocimiento de la verdad y desarrolla ministerios. El crecimiento de la iglesia nacional es constante y permanente en la medida que los creyentes de las iglesias locales se capacitan y comparten el evangelio de Jesucristo.
Durante mi administración como Superintendente General de las Asambleas de Dios en México (2010-2018), establecí un Plan Regulador denominado El modelo ministerial de Cristo, donde cada congregación comprendió la estrategia de predicar, enseñar y sanar como acciones estratégicas para el crecimiento basado en (Mateo 9:35).
Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
Posteriormente, elaboré un segundo Plan Regulador titulado El Espíritu Santo impulsando y dirigiendo la iglesia local, donde fijamos como objetivos generales: Primero, reforzar la visión y pasión evangelística en los miembros de la iglesia local; y segundo, reforzar la teología fundamental pentecostal en el nivel de la iglesia local.
Para lograr los objetivos se estableció una clase de discipulado sistemático y permanente en cincuenta congregaciones por Distrito, entre los objetivos más puntuales y prioritarios. Como parte de la metodología de trabajo para alcanzar dichos fines creamos la Escuela del Espíritu Santo, con el propósito de instruir al mayor número de creyentes, y de esta forma involucramos a nuestros hermanos asambleístas con una participación activa y estratégica para lograr el crecimiento en cada iglesia local. Los resultados durante el bienio 2017-2018 fueron los siguientes.
Las estadísticas demuestran el crecimiento en todo el territorio nacional. Y ahora, con más fuerza espiritual y pasión evangelista, las Asambleas de Dios podrán alcanzar un mayor desarrollo. Cien años de historia dejan evidencias de una iglesia nacional encendida por el fuego del Espíritu Santo, miles convertidos al evangelio, congregaciones firmes en la sana doctrina, institutos bíblicos forjadores de nuevos obreros y ministerios consagrados al llamamiento divino.
El futuro es prometedor, acompañados de la gloria de Cristo y la gracia bendita de nuestro Redentor. Seguiremos creciendo. Hagamos de cada iglesia un lugar de bendición y un equipo de gente apasionada por alcanzar a nuevos creyentes. Hablemos de Cristo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Tenemos un Dios que hace maravillas y prodigios, y contamos con la gloriosa presencia del Espíritu Santo que nos da poder para alcanzar almas, ministrar sanidad y restaurar matrimonios y familias. Por tanto, comuniquemos el evangelio que liberta de la idolatría, imparte luz espiritual y de verdad. Formemos una siguiente generación de creyentes atrevidos para avergonzar las fuerzas del mal, de hombres y mujeres de fe determinados a predicar la Palabra y hacer su mejor esfuerzo por levantar una gran cosecha para el reino de los cielos.
Provoquemos el más grande avivamiento de todos los tiempos. Llenemos nuestro país de la Palabra viva y eficaz. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan (Mateo 11:12)