Nuestro Concilio ha tenido un crecimiento muy notable. En lo geográfico se ha posicionado en todo el territorio nacional, y en su demografía su desarrollo está en las miles de iglesias que son atendidas por más de 8 mil ministros en los 23 distritos que forman nuestra iglesia nacional. Estamos entrando al segundo siglo de trabajo basado en la GRAN COMISIÓN, y ahora el ministerio e iglesias tenemos el reto de no olvidar nuestras raíces, las cuales nos han alimentado y sostenido hasta el día de hoy. Trataré de hacer un registro de todo aquello que debemos levantar como un memorial que nos ayude a mantenernos firmes en lo que hemos creído y para proyectar nuestro futuro con fundamentos firmes.
Nuestras raíces espirituales
1. La oración.
La práctica de orar siempre y no desmayar es un distintivo de nuestras Asambleas, es la fuente de nuestra fortaleza. El éxito de todo ministerio se apoya o sostiene en la relación cercana con Dios. Mantener la dirección correcta y hacer la voluntad divina son prioridades de la oración. No caer en la tentación y buscar la santidad se consigue a través de la comunión íntima con el Señor.
2. El ayuno.
Se trata de una disciplina cristiana practicada a través de los siglos, la cual se convierte en un arma poderosa en la guerra espiritual.
3. La humildad.
Esta no debe ser una virtud olvidada, porque la humildad precede a la grandeza y además agrada a Dios. La humildad proteje del orgullo y la altivez que son armas utilizadas con frecuencia por el diablo para destruir ministerios.
4. La llenura del Espíritu Santo.
Debemos buscar que todos nuestros feligreses reciban el bautismo del Espíritu Santo con la señal inicial de hablar en otras lenguas. El Consolador es quien da el poder a nuestro ministerio para ser testigos eficientes en la evangelización. Él nos guía en la dirección correcta, nos enseña en la verdad revelada y nos permite vivir en justicia, manteniendo fresca y lúcida nuestra memoria en las palabras y enseñanzas de Jesús. El Paráclito estará con nosotros siempre hasta el día en que regrese nuestro Señor. Ser pentecostal es ser lleno del Espíritu Santo y un adorador.
5. La santidad.
Esta es un requisito indispensable para ver a Dios. Es la cualidad o virtud que hace la diferencia entre el cristianismo y cualquier otra religión o filosofía humana. La santidad es un mandato divino: Sed santos, porque Jehová nuestro Dios es Santo (Levítico 11:44; 1 Pedro 1:15, 16). La santidad debe ser fruto de nuestras buenas obras y entrega absoluta a Dios.
Nuestras raíces organizacionales
1. La doctrina.
Nuestras creencias están bien definidas y presentadas en lenguaje claro y sencillo. La doctrina es fiel a la ortodoxia exegética de las Sagradas Escrituras. Es evangélica, sobrenatural y centrada en Cristo, nuestro fundamento, sobre el cual edificamos. Nuestra doctrina es respaldada por la historia del cristianismo, confirmada en nuestra experiencia personal y colectiva de iglesia e iluminada por la razón.
2. Nuestro gobierno congregacional y representativo.
Un gobierno de todos y para todos, respetuoso de los privilegios, deberes y responsabilidades de todos los que formamos este gran Concilio de las Asambleas de Dios. Un gobierno perfeccionista, es decir, que se renueva, se autoexamina, y con libertad y madurez busca en sus legislaciones la superación y mejoramiento para un funcionamiento más pertinente y solidario.
3. La soberanía de la iglesia local.
Las iglesias son el fruto de la pasión, visión y trabajo de los siervos de Dios que así honran a Jesucristo, quien los llamó al santo ministerio de la predicación del evangelio. Cada congregación tiene en el Concilio su protección, seguridad, continuidad y apoyo para su desarrollo y crecimiento. La iglesia local es la fuerza y poder de la organización, por lo tanto, tiene sus derechos, obligaciones, privilegios y responsabilidades; además, de ser la célula reproductiva que da crecimiento y vida a nuestro Concilio.
El futuro nos espera y pertenece. Sirvamos al Señor Jesucristo con firmeza y fidelidad. Con su presencia y poder lograremos más grandes éxitos. Amados consiervos, ¡vamos adelante sin olvidar nuestras raíces!