CAPITULO 4 - Nuestra Declaracion de Fe - UNICO DIOS VERDADERO (Trinidad)
EL DIOS ÚNICO Y VERDADERO
El conocimiento más hermoso que podemos tener es saber de dónde venimos, el por qué estamos aquí y hacia dónde vamos. Esta verdad nos la ha revelado el Señor, Dios único y verdadero, quien nos da la vida, nos ofrece el plan de redención y ha preparado un lugar en los cielos para nosotros. Por ser único no hay otro fuera de él y por ser verdadero todos los demás son falsos.
El Dios en quien creemos es uno y es único. De todos los dioses que se nombran en el mundo, el único que es verdadero es el Dios de Israel. Los demás dioses son falsedad, obra de manos de hombres. Él vive des de siempre y no depende de ser reconocido por el hombre para existir. Además, Dios es uno porque no hay dos o tres dioses iguales. La doctrina que ahora estudiamos es la base de la cristiandad.
LA EXISTENCIA DE DIOS
Dios no argumenta a favor de su existencia, simplemente la manifiesta. El libro de Génesis no comienza con un discurso argumentativo de su existencia, inicia con una afirmación: En el principio creó Dios los cielos y la tierra (Gn. 1:1). El Señor quiere revelarnos el principio de su creación y sus planes futuros.
Además, él da por hecho que el hombre tiene implícito ese conocimiento, y al que lo niega Dios no lo define como ateo, sino como necio (Sal. 14:1). Podemos definir a un necio como aquel que teniendo argumentos convincentes frente a él, se obstina en negarlos.
Entonces, ¿por qué hablar de la existencia de Dios? ¿Para qué exponer sobre la existencia divina? La principal razón será para fortalecer la fe de los que ya creen en él; también para que nazca la fe en aquellos que sinceramente buscan a Dios, y además para que los necios o ateos reflexionen sobre su posición de negar a su Creador.
Cuando Dios envió a Moisés a Egipto, él cuestionó al Señor: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros (Ex. 3:13-14).
No hay un argumento extenso, sencillamente ellos tenían que saber quién era el YO SOY. El hombre por ser hecho a la imagen y semejanza de Dios lleva impreso en su espíritu y alma el sello del Creador. Quien niega la existencia de Dios está enfermo, según Blas Pascual, famoso filósofo y teólogo francés: El ateísmo es una enfermedad. En su concepto, cuando el hombre pierde su fe en Dios no se debe a ningún
argumento, no importa cuanta lógica exprese su negación, sino a un quebranto interno, traición o descuido, o de lo contrario algún ácido destilado en el alma que ha disuelto la perla de gran precio.
EVIDENCIAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS
Hay tres áreas generales donde podemos encontrar evidencias de la existencia de Dios.
En la creación
El origen del universo o argumento cosmológico.
La razón nos dice que todo efecto tiene una causa. Existen miles de galaxias en constante movimiento y en la vía láctea se encuentra nuestro sistema del que es parte este pequeño planeta llamado Tierra. El universo tiene leyes y principios que lo rigen, un orden preestablecido ,y en las últimas cuatro décadas el hombre ha empezado a entender las maravillas del universo. La Biblia no es un volumen de ciencia, es la revelación del Dios todopoderoso, único, verdadero y Creador de todas las cosas (Gn. 1:1; He. 11:3).
Si nos enseñan un reloj de pulso, una manzana o una pequeña ave, la razón no acepta que este objeto y los seres vivos surgieron de la materia, la energía y la casualidad. Hubo una mente inteligente que les dio forma y los creó con un propósito definido. La razón nos dice que detrás de este universo que aún no podemos conocer plenamente, está la mente suprema de Dios; a este argumento se le llama teológico, del vocablo teleos, cuyo significado es diseño o propósito. Dos cosas me llenan de asombro, dijo Kant el filósofo alemán, los cielos tachonados de estrellas sobre mí, y la ley moral dentro de mí.
En la naturaleza humana
Dios ha creado a toda la raza humana y a donde quiera que vaya el hombre, sin importar cuán primitiva o adelantada sea su cultura, siempre expresa un creer en algo más poderoso y lo desarrolla en forma de una religión. Los expertos en antropología y religión saben que toda cultura estudiada ha tenido una manera de relacionarse con un dios o dioses. Esto no quiere decir que han creído en el Dios único y verdadero, sencillamente que en su interior cada hombre ha sentido la necesidad de creer en ese algo o alguien superior.
¿Cómo se originó esta creencia?, ¿acaso un grupo de teólogos se reunió en tiempos ancestrales y la difundió a todas las razas de la tierra de todos los tiempos? Por supuesto que no. Así como los estudiosos de la genética no inventaron el ADN, ni los físicos teóricos dieron origen al universo, tampoco son los teólogos los que inventaron esta necesidad. El hombre lleva impreso en su ser el creer en un Dios y el deseo de relacionarse con él.
La historia humana
La marcha de los acontecimientos en la historia mundial proporciona pruebas de que existe una fuerza y una providencia que los rige. La historia bíblica narra la intervención de Dios en los asuntos humanos. Los principios del gobierno moral de Dios se manifiestan en la historia de las naciones tanto como en la experiencia del hombre, escribió el Rvdo. D. S. Clark (Dn. 2:21; 5:21).
La historia del mundo, la caída y resurgimiento de naciones como Babilonia y Roma, demuestran c¡ue el progreso acompaña al uso de facultades que Dios ha otorgado, y a la obediencia de sus leyes, y que a la desobediencia sigue la decadencia y caída (D. L. Pierson).
LA NATURALEZA DEL DIOS ÚNICO Y VERDADERO
Hay una excelente definición de Dios en el catecismo de Westminster que dice: Dios es Espíritu, infinito, eterno e inmutable en su ser, sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad. La naturaleza de Dios la podemos conocer a través de sus nombres más empleados en la Biblia.
Elohim
Insinúa el poder creador y la omnipotencia de Dios. Su forma plural sim boliza su manifestación en tres personas (trinidad) y la plenitud de po der.
Jehová o Yaveh
En el hebreo procede del verbo ser y puede significar: El que fue, es y será, en otras palabras el Eterno. Este es el Dios creador y omnipotente que se relaciona con sus criaturas, ya que su nombre significa: Me he manifestado, me manifiesto y me manifestaré a mí mismo.
La relación de Dios con Israel queda demostrada por medio de sus nombres, que también corresponden a Jesús. Jehovcí-Rafa, yo soy Jehová tu sanador (Ex. 15:26). Jehová-Nissi, Jehová mi bandera (Ex. 17:15). Jehová Shalom, que significa Jehová es paz (Jue. 6:24). Jehová-Ra’ah, Jehová es mi pastor (Sal. 23:1). Jehová-Tsidkenu, Jehová justicia nuestra (Jer. 23:6). jehová-Yireh, Jehová proveerá (Gn. 22:14). Jehová-Shama, Jehová está allí (Ez. 48:35).
El (Dios)
Es empleado en el idioma hebreo en palabras compuestas como en: El- Elyon, El Altísimo, exaltado sobre todos los dioses (Gn. 14:18-20). El Shaddai, el Dios suficiente para las necesidades de su pueblo (Gn. 28:3).
Adonai (Señor)
Expresa la idea de gobierno y dominio (Ex. 23:17). Lo que él es y ha hecho le da autoridad para reclamar para sí el servicio y obediencia de su pueblo. Todos estos nombres nos revelan al Dios verdadero, infinito, eterno e inmutable en su ser.
LA SANTÍSIMA TRINIDAD
La doctrina de la santísima trinidad está considerada como una de las verdades más sagradas de la Iglesia cristiana. El Antiguo Testamento enseña que Dios es uno (Dt. 4:39; 6:4). El Nuevo Testamento retiene la misma enseñanza (Jn. 17:3; Gá. 3:20). Dios es una esencia o naturaleza divina y en esa misma naturaleza hay tres personas distintas: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. No son tres dioses, sino un solo Dios, y aun que son distintos nunca se contradicen ni se separan. Cuando Dios salva al creyente le produce una experiencia con las tres benditas personas: el Padre ama, el Hijo redime y el Espíritu Santo aplica el amor de Dios y la obra redentora.
La importancia de la doctrina de la trinidad está fuera de toda discusión. Una mala interpretación de este misterio bíblico derivaría en la deformación de la naturaleza de nuestro Dios, teniendo resultados catastróficos sobre las demás doctrinas. La salvación, por ejemplo, peligraría ante quienes afirman que Jesús no es Dios al igual que el Padre, pues la eficacia de su sacrificio expiatorio por la remisión de los pecados del hombre se pierde por no ser de naturaleza divina, perfecta y eterna. Entronar a Jesucristo por encima del Espíritu Santo y del Padre, haciendo de éstos figuras de Jesús es una aberración que borra la visión antiguo-testamentaria de Jehová de los ejércitos, del Ángel de Jehová y del Espíritu Santo.
Su IMPORTANCIA
El profesor Kenneth Grider en su artículo La santa trinidad dice: Por favor, quitemos el calzado de nuestros pies, porque la santa trinidad es terreno santo… aquí no basta la lógica ni las matemáticas, más bien es necesario un oído santo… una disposición a adorar y un cuidadoso compromiso con las Sagradas Escrituras. Estas palabras nos ubican en la realidad de la imposibilidad humana para comprender totalmente la revelación sobre un Dios en tres personas distintas. Por otro lado, el hecho de que sea un misterio no es motivo para rechazar la doctrina, después de todo, Dios es infinitamente mayor que el hombre, por lo que no es de extrañarse que haya mucho en él que el hombre no pueda comprender. Sin embargo, aunque la trinidad es una verdad que está más allá de la razón, no es contraria a ella. Donde no puede bucear la razón, puede nadar la fe.
La doctrina de la trinidad es importante y no se puede renunciar a ella, porque está vitalmente relacionada con la salvación.
SU ORIGEN
El término trinidad viene de la raíz latina trinus (tres en uno), de la cual se han derivado expresiones como trina deidad, santísima trinidad y trini dad divina para referirse a la misma verdad de un Dios en tres personas. Tertulio, Anastasio, Agustín y Juan Crisóstomo entre otros, son algunos de los personajes más destacados que usaron este término para probar la divinidad de Cristo y su relación en la trinidad. Así fue que al escu driñar las Escrituras al respecto, se definió y confirmó que Cristo era la segunda persona y el Espíritu Santo la tercera persona en la trinidad. Al definir esta doctrina se contrarrestaron herejías como el arrianismo, el monarquianismo, el sabelianismo y el triteísmo. De éstas, algunas manifestaciones se filtran hasta nuestros tiempos con otros nombres. Entre los más destacados se encuentran los Testigos de Jehová y los Unitarios, estos últimos bautizan sólo en el nombre de Jesús. Para ellos el Padre y el Espíritu Santo son meros títulos del único Dios que es Jesús. Otra corriente peligrosa que se observa en la actualidad es la forma moderna de invocar a un dios sin nombre ni personalidad, éstos usan la palabra dios y aconsejan que le pidan como cada quien lo conciba y según lo crea. Entre los promotores se encuentran artistas famosos, astrólogos y psíquicos de la nueva era.
DERIVACIÓN BÍBLICA DE LA DOCTRINA DE LA TRINIDAD En el Antiguo Testamento
La mayoría de los eruditos ortodoxos están de acuerdo que la doctrina de la trinidad no aparece de manera dogmática, pero sí latente en el Antiguo Testamento, especialmente en aquellos pasajes en donde Dios habla de sí mismo en plural con términos como nosotros y nuestro (Gn. 1:26; 3:22; 11:7; Is. 6:8). También observan un destello de la trinidad en el término Elohim, el cual es un nombre en plural que viene de la raíz hebrea El que significa poder o el que es poderoso y Alah que significa jurar o pactar. Dios se manifiesta como quien tiene una alianza o pacto en sí mismo, es decir, pluralidad en la unidad.
El ángel de Jehová a quién se identifica como a Cristo en el Antiguo Testamento aparece en una relación de intimidad especial con Dios, también es presentado como una persona divina (Gn. 22:15-16; 31:11-13; 32:24,30; 48:15-16; Ex. 3:2-12; Jue. 6:18-22).
Hay pasajes que mencionan a una persona de la trinidad refiriéndose a las otras dos o al menos haciendo diferencia entre una y otra en la divinidad (Is. 48:16; 61:1; Le. 4:18).
El monoteísmo del Antiguo Testamento presenta a Dios como uno, pero sólo para distinguirle de los demás dioses y nunca para referirse a su naturaleza interna. Yahvé es único y uno solo (Is. 46:9).
En conclusión, el Antiguo Testamento hace cierta referencia que apunta hacia al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. No que los autores tuvieran la intención de presentar y explicar esta doctrina, pero sí que estaba en el plan de Dios revelar este misterio progresivamente.
En el Nuevo Testamento
La doctrina trinitaria no contradice en manera alguna la verdad funda mental del monoteísmo judío. El Nuevo Testamento no enseña que hay tres dioses sino tres personas en un solo Dios. Se sigue manteniendo la premisa de Deuteronomio 6:4 Jehová Dios, Jehová uno es. No se cam bia dicha doctrina, sino que se explica a la luz de la divinidad de Jesús, el Hijo de Dios, y de la personalidad divina del Espíritu Santo.
El Nuevo Testamento hace una distinción entre el Hijo y el Padre (Mt. 11:27; 27:46; Jn. 5:20-22; 14:16). Pero también declara que el Hijo es divino y es uno con el Padre (Jn. 1:1,14; 10:30).
En cuanto a la persona del Espíritu Santo establece que es diferente al Padre y al Hijo (Jn. 14:16,26; 15:26; 16:7-15) y también se declara que es Dios (1 Co. 2:10-11; 12:4-6).
Hay otros pasajes que prueban la doctrina de la trinidad a través del Nuevo Testamento. Aunque no siempre aparecen en el orden en que fueron revelados como Padre, Hijo y Espíritu Santo, sí se deja traslucir la existencia de una relación entre los.tres (Mt. 3:16-17; 12:28; Le. 10:21; Hch. 1:4-5; 7:55; Ro. 8:2-3,11; Gá. 4:6; 2 Co. 1:21-22; Ef. 3:14-17; 5:18- 20; 1 Ts. 1:3-5; 5:18-19; 2 Ts. 2:13; He. 9:14; 1 P. 1:2; 1 Jn. 3:21-24; 4:2,13-14; Ap. 1:9).
TRES PERSONAS, UNA MISMA NATURALEZA
Naturaleza tiene que ver con qué soy y es lo que me distingue de los seres de otra especie. Persona tiene que ver con quién soy y es lo que me distingue de otros seres de mi misma naturaleza. Ahora bien, con respecto a Dios no se debe entender como tres personas en una persona, ni tres naturalezas en una naturaleza, sino tres personas de una misma naturaleza. Lo que significa que el Padre posee toda la naturaleza de Dios como suya propia. El Hijo de Dios posee toda la naturaleza como suya propia. El Espíritu Santo posee toda la naturaleza de Dios como suya propia. Consecuentemente cada una de las tres personas de la trinidad, al poseer totalmente la naturaleza divina, pueden hacer todo aquello que es realizable por Dios mismo.
En la trinidad tenemos tres personas distintas de una misma naturaleza. En una perfecta unidad, que son iguales en dignidad, con funciones propias, pero un mismo y eterno propósito. Tres personas distintas en un solo Dios.
DIOS PADRE
¿En qué pensamos cuando invocamos a Dios? Podría ser que lo veamos como Dios de justicia, como el Dios todopoderoso o quizá pensemos que es el que creó todas las cosas y que las sustenta y las cuida. Todo esto y más sería posible reconocerle. Pero la manera más bella y apasionante con que podemos verle cuando nos dirigimos a él, es como Jesús nos enseñó, Padre nuestro que estás en los cielos. Aquí es donde resaltamos la paternidad con su Hijo Jesucristo y para con los redimidos.
Es necesario valorar adecuadamente su paternidad. Nuestro Padre, hace referencia a un privilegio que no tan solo debemos agradecer sino también compartir.
El Dios que es Padre
La idea fundamental de Dios en las enseñanzas del Nuevo Testamento tiene que ver con su paternidad. Esta verdad determina todo lo que se afirme de él y cada aplicación que se haga de la paternidad eterna y exclusiva con su único Hijo Jesucristo (Ef. 1:3). Este concepto no sólo se encuentra en el Nuevo Testamento, también las religiones universales y los filósofos griegos hablaron de Dios como un Padre (aunque cada quien lo concebía a su manera). Por ejemplo, las religiones universales lo concebían en el sentido de procedencia, autoridad y misericordia; en el caso de los filósofos, lo veían como el origen y fuente natural de su procedencia (Hch. 17:28). Este concepto definido, corregido y ampliado en el Nuevo Testamento tiene sus raíces en la revelación antiguo-testamentaria. Donde dicha paternidad se comprendía primeramente como Padre de todo lo creado y por lo tanto, de todos los hombres (1 Co. 8:6; Ef. 3:15; He.12:9).
En segundo lugar se le conocía como el Padre de Israel, por haberlo esco gido como su pueblo (Ex. 4:22; Is. 63:16; Jer. 31:20; Mal. 1:6).
En tercer lugar, como Padre de individuos (2 S. 7:3-14; 27:10; Mal.2 : 10) .
En cuarto lugar, como el Padre del Mesías esperado (Sal. 2:7; Zac. 3:8). La Biblia revela a Dios como Padre compasivo (Sal. 103:13; Le.15:20), como Padre Redentor (Is. 63:16; Ef. 1:3,7), como Padre adoptivo (Sal. 27:10; Jer. 3:19; Ef. 1:3,5), como Padre que no hace acepción con sus hijos (Mal. 2:10).
El Nuevo Testamento y especialmente las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo presentan a Dios el Padre en una relación personal y de intimidad con el Hijo.
El Padre de Jesucristo
Jesús en su propia vida y enseñanza nos presenta a Dios como Padre. Es el nombre con el que frecuentemente se refiere a él, distinguiendo de manera muy marcada la naturaleza de la paternidad de Dios en relación con él mismo como el Unigénito y con los redimidos quienes son hijos por adopción.
En el primer caso Jesús usa el término mi Padre o el Padre (Jn. 5:43; 6:32; 8:19; 10:17; 20:17), para denotar que la relación Padre-Hijo es de primer orden, es decir, por naturaleza.
En el segundo caso usa el término vuestro Padre para marcar que la relación de la paternidad con su pueblo es por adopción (Mt. 5:48; 6:15,26,32; 7:11). Si observamos, Jesús nunca usó el término nuestro Padre, excepto cuando lo asocia con los redimidos. Con esto podemos entender que el Padre no lo es porque nosotros seamos sus hijos, sino por que Cristo es su Hijo lo que convierte a Jesús en la razón de la paternidad eterna. Y es en este sentido de igualdad en naturaleza y dignidad al ser co-eternos, co-creadores y conjuntamente soberanos en su gobierno que el Hijo es llamado Dios fuerte, Padre Eterno (Is. 9:6), estableciendo que es de orden infinito y totalmente igual al Padre (Fil. 2:6).
Una palabra que emplea Jesús para dirigirse al Padre es el vocablo Abba. Esta expresión era una de las primeras palabras que el niño aprendía y pronunciaba para dirigirse tiernamente a su padre; era una forma
llena de confianza, de intimidad y de respeto. Nunca antes los judíos usaron o escucharon esta expresión para dirigirse al Todopoderoso. El Antiguo Testamento aunque presenta la imagen de Dios como Padre, no registra ninguna oración dirigida a su persona de esta manera.
Es Jesús como Hijo el único que tiene la absoluta familiaridad e intimidad para dirigirse al Padre como Abba (Mr. 14:36). A través de esta palabra identifica y proclama su propia unidad e igualdad con el Padre.
Si a la iglesia se le autoriza usar este término es porque en Cristo Dios es nuestro Padre que nos ve, atiende y bendice a través de su Hijo, por lo que podemos dirigirnos a él como Abba Padre (Ro. 8:15).
Dios nuestro Padre
El propósito predominante de Jesús al enseñarnos su relación con el Dios del Antiguo Testamento, es resaltar que es su Padre y nuestro también, y de este entendimiento depende la riqueza de nuestra relación con el Dios del cielo. San Pablo toma este mismo tema con insistencia para ampliar la misma enseñanza de Jesucristo. Resalta la paternidad del Señor Jesús (Gá. 1:1; Ef. 1:3; Col. 1:3), quien es Dios bendito por siempre (Ro. 1:25). Y que de esta filiación de Jesús con el Padre participa también el creyente. Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo… Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo… para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo… (Ef. 1:3-5).
Cierto es que se reconoce a Dios como Padre de toda la creación, de Israel como nación y de ciertos individuos. Con todo, sólo la paternidad de su Hijo Jesucristo y la paternidad de los hijos redimidos en adopción toman un valor de mayor relevancia en las Sagradas Escrituras. Y es que en sentido estricto Dios es Padre sólo de los que están en Cristo, los cuales han nacido de nuevo.
Es precisamente cuando nacemos de nuevo que el estado de hijos de Dios toma una posición de tal magnitud que hace una realidad esta experiencia y no meramente en el aspecto jurídico (Jn. 3:3; 2 Co. 5:17). La posición que se adquiere cuando se es hijo de Dios por adopción nos pone en un nivel espiritual elevado (Jn. 3:6), y ha de ser concebida en el mismo plano ya que el hombre carnal no lo puede entender (Jn. 3:4; 1 Co. 2:13-16). El ser humano tiene que ser regenerado para que pueda entrar en ese reino espiritual (Jn. 3:3,5). De ahí en adelante el Espíritu Santo le da al hombre la seguridad de que es hijo de Dios, produciendo la impresión en su corazón redimido de que puede dirigirse a su Padre con absoluta confianza (Ro. 8:14-16; Gá. 4:6). Pablo utiliza el término adopción sólo para distinguir nuestra filiación de la de Cristo. Jesús es Hijo de Dios por naturaleza, mientras que nosotros llegamos a ser hijos de Dios cuando nacemos de nuevo. En este sentido es que participamos de la naturaleza divina estableciendo así nuestra dignidad de hijos sólo por debajo de la de su Hijo Jesucristo (2 P. 1:4). Los que han recibido la potestad de ser hechos hijos de Dios pueden llamarse hermanos (Jn. 1:12-13). Los que lo rechazan tienen otro padre y no pueden ser nuestros hermanos (Jn. 8:44).
DIOS HIJO
La evidencia bíblica no deja lugar a dudas respecto a la naturaleza de Jesucristo. Los títulos usados referentes a su persona, los atributos que demostró tener, las prerrogativas de las que hizo uso durante su ministerio terrenal dejan de manifiesto que Cristo fue más que un simple hombre. Si se acepta el testimonio de las Sagradas Escrituras debe admitirse que Jesús por lo que hizo, por lo que dijo y por las cosas que se dijeron de él, demostró que era Dios manifestado en carne. Hablar de Jesús es hablar de un ser particular y singular quien es al mismo tiempo el Hijo del Hombre y el Hijo del Dios viviente (Mt. 16:13-16).
La cristología es el centro de la vida del cristianismo pentecostal. Todos los beneficios de la vida cristiana, sean terrenales o celestiales, físicos o espirituales, temporales o eternos, provienen del sacrificio del Hijo unigénito de Dios obtenida en la cruz del Calvario. Eliminar una sola de las características que la Biblia declara sobre la divinidad de Jesús, significaría cercenar las principales doctrinas en relación a la trinidad y sus implicaciones en cuanto a la salvación. Por lo tanto, es fundamental que nos detengamos a revisar detenidamente la enseñanza bíblica sobre Jesucristo.
Jesús el Hijo de Dios
Algunos lo llaman Hijo de Dios únicamente por su nacimiento virginal (Le. 1:32,35). Pero lo es más por ser el unigénito del Padre desde la eternidad (Jn. 1:14,18; 1Jn. 1:1-3).
El testimonio de su propia conciencia
Jesús desde muy temprana edad tenía conciencia plena de que Dios era su Padre y que era uno con él (Jn. 10:30) y que había sido enviado a cumplir una misión (Le. 2:49). No que él sea menor que el Padre, no que se haya separado de su divinidad, sino que voluntariamente se somete humillándose a sí mismo (Jn. 10:17-18).
El testimonio de su Padre
Este testimonio es muy importante para demostrar que no es Jesús el único que asegura ser el Hijo de Dios, sino que el Padre lo avala y lo con firma. En la conciencia de su Hijo (Sal. 2:7; Mr. 1:11); ante sus discípulos (Mt. 17:5-6) y ante las multitudes (Mt. 3:17).
El testimonio general
Otros testificaron avalando que Jesús nunca negó ser el Hijo de Dios: El testimonio de sus discípulos (Mt. 14:33; Jn. 6:69); el de sus enemigos (Mt. 27:43; Mr. 14:61-62; Jn. 19:7) y la confesión de los mismos demonios (Mt. 8:29).
El Hijo del hombre
La expresión el Hijo del hombre es un título cristológico que identifica al Mesías en su humanidad como el hombre perfecto y el hijo de David prometido (Le. 1:31-33). El Mesías como el Hijo del hombre nace, sufre, muere y resucita. Además, no se debe olvidar que Jesús es verdadero hombre, pero sin pecado (He. 7:26; 1 P. 2:22). En esta condición la Biblia le confiere el nombre divino Emanuel (Mt. 1:23), y en ese mismo estado fue exaltado a la diestra de la Majestad en las alturas.
El Hijo igual a Dios el Padre
Son los ebionitas y arríanos en la iglesia primitiva y los Testigos de Jehová en nuestra época quienes ven a Jesús como un hombre bueno, santo y ejemplar. Simplemente un hombre que alcanzó honores divinos, pero no igual a Dios. De este modo le arrebatan su divinidad. Sin embargo, las Escrituras lo reconocen como Dios todopoderoso (Is. 9:6; Jn. 1:1-3; He. 1:1-3; Ap. 19:16).
El conocimiento de los discípulos
Es probable que al principio del ministerio de Cristo los discípulos te nían la idea de que Jesús era hijo en el sentido del Mesías escogido (Jn. 1:49). Veían en su persona el cumplimiento de la esperanza judía del Rey-Mesías que vendría (Is. 42:1-6; Mt. 12:16-21). Pero paulatinamente se les fue abriendo el entendimiento respecto a la dimensión de Jesús como Hijo de Dios en sentido único y eterno. Por los hechos que rodearon su nacimiento virginal (Mt. 1:23; Le. 1:31,35). Por los milagros que lo acompañaban (Hch. 2:22). Por su vida intachable (He. 7:26; 1 P. 2:22). Por la revelación a Pedro (Mt. 16:16). Por su sacrificio en la cruz (1 Co. 15:3; 2 Co. 5:21). Con mayor intensidad por la resurrección y exaltación a la diestra de Dios (Mt. 28:6; Hch. 1:8-11; Fil. 2:9-11).
Igualdad y unidad con el Padre
La igualdad del Hijo con el Padre queda establecida por las siguientes verdades: Porque tiene vida en sí mismo (Jn. 1:4; 5:26). Por su existencia eterna e infinita, pues él es antes que todas las cosas y nunca cambia (He. 1:8-12; 7:3; 13:8; Ap. 1:8). Porque posee igualdad y unidad de naturaleza con su Padre (Jn. 10:30; Col. 1:15; He. 1:3).
Podemos afirmar que en el plano de lo humano se puede notar toda clase de diferencias entre el Padre que le transmitió su naturaleza y el Hijo que la recibió. No es así en el caso de Dios el Padre y su Hijo Jesucristo, aunque son diferentes como personas, son perfectamente iguales en esencia o naturaleza, porque no poseen ciertos rasgos de la divinidad, sino que cada quien posee toda la divinidad, lo que los hace perfectamente iguales en naturaleza. Así lo declara el Credo de Nicea: Es igual en todo a Dios porque procede de Dios y es de Dios, Hijo único de Dios, nacido del Padre más de todos los siglos, Dios de Dios, Luz de luz, verdadero Dios de Dios verdadero, engendrado no hecho.
El Hijo como copartícipe en las obras divinas
En la creación, el Padre aparece dando origen a todo (Neh. 9:6; Is. 44:24; Jer. 27:5; Hch. 14:15). Y el Hijo igualmente con él (Jn. 1:3,10; 1 Co. 8:6; Ef. 3:9; Col. 1:16; He. 1:2,10). El Padre sostiene y conserva todas las cosas (Sal. 104:5-9; Jer. 5:22;31:35). El Hijo hace lo mismo (Col. 1:17; He. 1:3, Jud. 1). El Padre es el que da origen a la redención, pero es el Hijo quien la lleva a cabo y ésta redención según el Nuevo Testamento es trinitaria ya que intervienen las tres personas divinas. La obra salvífica la inicia el Padre, la realiza el Hijo y la imparte el Espíritu Santo.
Tiene atributos divinos
Es omnipresente, es decir, puede estar en distintas partes al mismo tiem po (Mt. 28:20; Jn. 1:48; 3:13).
También posee el atributo de la omnisciencia, porque lo conoce todo (Mt. 9:4; 12:25; Le. 6:8; 9:47; Col. 2:3).
En muchos niveles se demuestra que es omnipotente, o sea, que tiene autoridad sobre todas las cosas, por ejemplo: Es Señor del sábado (Le. 6:5). Es comandante de los ángeles (Mt. 13:41). Puede perdonar pecados (Mt. 9:2). Tiene autoridad sobre la muerte y el infierno (Mt. 9:24-25; Le. 7:14; Jn. 11:43-44; Ap. 1:18). Tiene poder sobre el destino de todos los hombres (Mt. 13:39-43; 25:31-33; Jn. 5:22-23; Hch. 10:42; 2 Co. 5:10).
El Hijo recibe honra divina
Todo estudioso de las Escrituras sabe que Dios exige que se le adore sólo a él. Adorar a cualquier otro ser o cosa se constituye en idolatría (Ex. 20:3-6; Dt. 6:13-15). Jesús lo confirmó (Mt. 4:10), sin embargo, aceptó ser adorado como Dios por los sabios del oriente (Mt. 2:11), por los discípulos cuando estaban a punto de perecer en el mar (Mt. 14:33), por las mujeres después de la resurrección (Le. 24:52). Es importante notar que en ninguno de estos casos Jesús rechazó que le adoraran. Lo que nos lleva a la conclusión de que Cristo es Dios y digno de tal honor.
DIOS ESPÍRITU SANTO
La iglesia cristiana reconoce al Espíritu Santo como la tercera persona de la trinidad, doctrina debidamente confirmada y aprobada por la Santa Biblia. Se le presenta como Dios igual que al Padre y al Hijo, pero con su propia personalidad y misión. En cuanto a su origen y envío a la tierra procede de las otras personas de la trinidad y es enviado en nombre y a petición del Hijo (Jn. 14:16,26; 15:26; 16:7-15). Su misión es continuar la obra y ministerio de Cristo en la tierra y hacerla efectiva en los corazones. De esta manera exalta el nombre de Jesús y él mismo es honrado con to dos los honores divinos (Mt. 28:19; 2 Co. 13:14). Vivimos en la época del Espíritu Santo, pues es él quien guía a la iglesia. La Biblia dice que estará con nosotros y en nosotros (Jn. 14:17).
Las corrientes doctrinales que desvirtúan al Padre o al Hijo, también se han ocupado en tergiversar el concepto bíblico de la persona del Espíritu Santo.
¿Es o no una persona? ¿Es o no miembro de la trinidad? ¿Es Dios como el Padre y el Hijo?
Estas son las preguntas más comunes sobre el tema que nos motivan a consolidar nuestra fe en la verdad bíblica.
ES UNA PERSONA
Las palabras ruach (hebreo), pneuma (griego) y espíritus (latín) sugieren la idea de aliento, hálito, soplo o movimiento de aire y son las que se utilizan en la Biblia para referirse al Espíritu Santo (Gn. 1:2; Job 33:4; Jn. 3:8; 20:22; Hch. 2:2-4).
No hay duda de que en las Escrituras el Espíritu Santo es una persona, sin embargo, la razón por lo que su personalidad no está comprendida plenamente en el Antiguo Testamento y sí encuentra su expresión completa en el Nuevo, se debe en primer lugar al desarrollo gradual y progresivo de la revelación de la persona del Espíritu Santo (Gn. 1:2). En segundo lugar, al hecho de que el hombre no estaba preparado para recibir, asimilar y experimentar dicha revelación. En tercer lugar, Cristo no había aparecido en la escena del programa divino de redención.
Es el Hijo el que marca la diferencia en la identidad y manifestación de las personas de la trinidad. Es sólo por la persona de Jesús que el Espíritu Santo (con su personalidad divina), podía manifestarse sin medida ni reservas.
El Espíritu Santo no es una influencia o emanación divina, sino una persona (Jn. 14:16-17; 15:26; 16:7-8). Es Espíritu porque no tiene un cuerpo visible como el de Cristo, pero el no tener cuerpo material no es una condición para la existencia personal; por ejemplo, los animales tienen cuerpo y los objetos inanimados son de sustancia material y ni en uno ni en otro caso puede decirse que existe una persona. Por otra parte, hay que aclarar que se llama tercera persona de la trinidad no porque sea inferior en tiempo (puesto que es eterno), en dignidad (puesto que es Dios) o en naturaleza (puesto que es un ser único), sino porque su obra y manifestación hacia el hombre fueron posteriores a la del Padre y el Hijo.
El concepto de persona se identifica en la posesión de las características de la personalidad. Y el Espíritu Santo tiene cada una de estas características como son: El corazón, en relación a los sentimientos y afectos (Hch. 9:31; Ro. 15:30; Ef. 4:30). La mente, como la fuente de inteligencia, razón y conocimiento (Ro. 8:27; 1 Co. 2:10-13). Y la voluntad, haciendo referencia a la toma de decisiones, actuar y la capacidad de expresarse (Hch. 10:19- 20; 16:6-7; 1 Co. 12:11). Todas ellas se reflejan claramente y sin lugar a dudas en la persona del Espíritu Santo. Además, el Señor Jesucristo le dio reconocimiento como persona (Jn. 14:16-17). También existen infinidad de pasajes que describen sus acciones tales como hablar (1 Ti. 4:1; Ap. 2:7), clamar (Gá. 4:6), abogar (1 Jn. 2:1), testificar (Jn. 15:26-27), enseñar (Jn.14:26; 16:12-14), guiar (Ro. 8:14), interceder (Ro. 8:26; He. 7:25). No debemos referirnos al Espíritu Santo como un algo o una cosa, puesto que la Biblia usa pronombres personales como él o aquel para referirse a la tercera persona de la trinidad y no impersonales como eso o aquello. Si el Espíritu Santo fuera únicamente una fuerza, como lo cree el unitarismo, sería absurdo que la Escritura nos exhorte a preocuparnos por el trato que le otorgamos, ya que una influencia no tiene capacidad de identificar si está siendo maltratada como se dice del Espíritu Santo (Is. 63:10; Mt. 12:31-32; Hch. 5:3; Ef. 4:30). Además, se le encuentra participando en relación conjunta siempre de persona a persona como en el caso de los apóstoles y el Señor Jesucristo (Hch. 15:28; 1 P. 1:1-2).
Su DIVINIDAD
Al Espíritu Santo se le identifica siempre actuando en el mismo nivel que al Padre y al Hijo. Myer Pearlman observa una participación perfecta entre los tres miembros de la divinidad en la creación, redención y santificación.
El aspecto bíblico respecto a la divinidad del Espíritu Santo puede demostrarse por un número considerable de pasajes que se refieren a él como Dios, otorgándole actos divinos (1 Co. 3:16; He. 3:7-9; 2 P. 1:21), atributos divinos como omnipresencia (Sal. 139:7-19), omnisciencia (Is. 40:13-14), omnipotencia (Le. 1:35; Ro. 15:19; 1 Co. 12:11), es eterno (He. 9:14). Se le atribuye también obras divinas como la creación (Gn. 1:2; Job 26:12; 33:4), renovación (Sal. 104:30), regeneración (Jn. 3:5-6;Tit. 3:5), resurrección (Ro. 8:11). También se le reconocen honores divi nos, lo cual le hace objeto de adoración (Mt. 12:31-32; 28:19; Hch. 5:3-4; Ro. 9:1; 2 Co. 13:14).
La Biblia establece un paralelo entre Dios Padre y Dios Espíritu: templos y morada de Dios (1 Co. 3:16), y templos y morada del Espíritu (1 Co. 6:19). Y entre Dios Hijo y Dios Espíritu: justificados en Cristo (Gá. 2:17) y justificados en el Espíritu (1 Co. 6:11); sellados por Cristo (Ef. 4:30) y sellados por el Espíritu de Dios (Ef. 1:13); circuncidados en Cristo (Col. 2:11) y en el Espíritu (Ro. 2:29); mantenerse en Cristo (Fil. 4:1) y en el Espíritu (Fil. 1:27); participar en Cristo (1 Co. 1:9) y en el Espíritu (2 Co. 13:14; Fil. 2:1).
SU RELACIÓN CON EL PADRE Y EL HlJO
Concluimos entonces en que el Espíritu Santo es igual al Hijo, y es de la misma esencia del Padre y consubstancial con él. En el Sínodo de Toledo de 589 d. C. se declaró que creemos en la tercera persona de la trinidad que procede del Padre y del Hijo, de la misma sustancia e igualdad en poder y gloria, y juntamente con el Padre y el Hijo debe ser objeto de fe, adoración y obediencia a través de todas las edades. A esta procedencia se le cono ce como espiración (Jn. 15:26). El término engendrar se aplica sólo para explicar la procedencia de la segunda persona de la primera. El Padre y el Hijo no engendran al Espíritu Santo, sino lo espiran, y esta es la pala bra que se usa para explicar la procedencia del Espíritu Santo. De esta manera, el Padre engendra al Hijo y el Padre y el Hijo espiran al Espíritu Santo.
Aunque el término procedencia nos hace pensar en una subordinación del Espíritu Santo al Padre y al Hijo, ésta es sólo por causa y motivo de su misión hacia el hombre y no en cuanto a su dignidad o divinidad. Su misión es continuar el trabajo del Hijo (Jn. 16:13), así como el Hijo lo hace con respecto al Padre: Mi Padre hasta ahora trabajayy yo trabajo (Jn. 5:17).
Bendiciones de sus operaciones
Finalmente, el Espíritu Santo atestigua su propia divinidad por medio de las múltiples bendiciones de su ministerio hacia su creación (Gn. 1:2), hacia Jesucristo (Hch. 5:30-32), hacia el hombre natural (Jn. 16:8-11) y hacia los creyentes en quienes su obra es más abundante. Los regenera (Tit. 3:5), los fortalece (Ef. 3:16), da testimonio de que en verdad son hijos de Dios (Ro. 8:16), los capacita para poseer y demostrar el carác ter cristiano (Gá 5:22-23), los guía y enseña (Jn. 16:13; 1 Co. 2:9-15), los capacita para comunicar efectivamente la verdad del evangelio (Hch. 1:8), fortalece la vida devocional (Ro. 8:26; Ef. 6:18; Jud. 20), llama a los creyentes al servicio cristiano (Hch. 8:26; 13:2; 16:6-7) y los purifica por la fe (Hch. 15:8-9).
CONCLUSIÓN
A pesar de que muchos niegan la existencia de Dios o se han fabricado otros dioses, tenemos evidencias en la creación, en la naturaleza del hombre y en la historia de la humanidad de que nuestro Dios es único y verdadero. A través de las Escrituras podemos conocer, aunque no totalmente, la naturaleza de Dios y la forma como él se relaciona con el hombre.
Para creer en Dios no necesitamos hacer un suicidio intelectual, podemos aplicar la razón y las evidencias que tenemos en nuestro derredor para experimentar su existencia.
Por eso el salmista podía expresar: cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? (Sal. 8:3-4). Entonces podemos afirmarnos en la fe al tiempo que le amamos profundamente por revelarse al hombre y hacer nos sus hijos a través de la gracia de Cristo.
La doctrina bíblica de la trinidad es uno de aquellos misterios sublimes y gloriosos que la mente del hombre jamás podrá comprender en su totalidad mientras viva. Pero con la revelación que tenemos en las Escrituras es suficiente para ser bendecidos por ella.
Aun cuando la razón no esté en condiciones de comprender el credo trinitario, numerosos himnólogos, músicos, adoradores y cristianos piado sos intentan ilustrar y celebrar la trinidad. Como Adam Clark, roguemos: Oh, que Dios el Padre me adopte como su hijo. Que Dios el Hijo more en mi
corazón por la fe. Que Dios el Espíritu Santo purgue de mi conciencia todas las obras muertas, y purifique mi alma de toda injusticia. ¡Que la trinidad santa, bendita y gloriosa me tome a mí y a los míos sellándonos como suyos ahora y por la eternidad!
La relación del Señor Jesús con el Padre es única, sin paralelo: es el Hijo eterno, increado, preexistente, igual con el Padre e Hijo por naturaleza. En cambio nuestra relación con el Padre es por adopción, la cual es un acto divino en la que se les asigna a los creyentes en Cristo la posición y el privilegio de hijos por gracia. Por tanto, la manera y conciencia con la que debemos dirigirnos al Padre es como nos lo enseña Jesús. Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra… (Le. 10:21). Padre, gracias te doy por haberme oído (Jn. 11:41). Cuando los discípulos pidieron que se les enseñara a orar, Jesús les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro… (Le. 11:1-2). La misma confianza con que se dirigía a Dios es la que se nos indica que debemos usar también nosotros. Que nuestro co razón se llene de gozo ante esta bendición, al tiempo que nos proponemos compartir la gracia de su paternidad a todo el mundo.
Para nosotros no sólo es un deber adorarle y doblar nuestras rodillas ante él, sino un gozo indecible en el Espíritu. Sigamos cantando en nuestro diario vivir Jesús es mi rey soberano.